Cartapacio de Derecho, Vol 20 (2011)

 Cartapacio de Derecho

 

“Ahondando en el instante”

Palabras pronunciadas en la 112ª colación de grados de las facultades de derecho y agronomía de la unicen[1]

Ana Ravioli

Universidad Nacional del Centro

V

arias veces, desde que empecé a estudiar Abogacía en esta ciudad, representé en mi mente con ilusión el momento en que me entregaran el título. Y ahora, viviéndolo, vienen a mi memoria las palabras de un escritor argentino que nos dejó hace poco tiempo, quien dijo que el sentido de la esperanza para él estaba dado por esos instantes fugaces pero poderosos en los que sentimos que la vida tiene un sentido absoluto[2].

No es mi intención hacer que este instante tenga para todos ustedes semejante carácter pero creo, que al menos para los que hoy recibimos el título, el sentido que tiene este momento fugaz es tan poderoso como para servir de fundamento a nuestra esperanza. Y como no estamos nunca completamente solos, sirva para hacer extensivo ese sentimiento a aquellos que de distintas formas estuvieron a nuestro lado para que esto hoy suceda.

¿Por qué estamos coincidiendo personas, tiempo y espacio? ¿Tiene algún sentido nuestra presencia aquí y ahora?

Yo creo que sí.

Estamos en este lugar porque de una u otra manera tenemos un vínculo real con la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Centro. Algunos pocos -los que hoy recibimos el título- porque terminamos nuestros estudios en ella. Otros -muchos más- porque de distintas maneras nos acompañaron durante años para que esa culminación se haga realidad.

En todos, esa Facultad ha dejado una marca.

Pero principalmente, los que hoy nos graduamos hemos recibido tanto que al menos a mí me sería imposible describirlo en este momento. Me atrevo a decir que entre muchas otras cosas, los años en Azul nos hicieron entender:

Que cuanto más estudiamos el Derecho menos sabemos de él.

Que sin Filosofía al Derecho no le encontramos el sentido

Que el Derecho nunca se reduce a ser una norma aislada, una realidad social ocasional, o un valor abstracto.

Que lo primordial en el derecho es la Justicia, y que ella consiste en la plenitud humana.

Que la vida plena tiene mucho que ver con la libertad del hombre.

Que el ser humano es un fin en sí mismo, y que debe respetarse a cada uno por su sola condición de tal, independientemente de cualquier otra circunstancia.

Que el mundo es hoy como es porque tiene un pasado detrás, y que en esa Historia el Derecho nunca estuvo apartado -como tampoco lo está ahora- de la Economía y la Política.

Que la Ética debe acompañar todos nuestros actos.

Que a la Universidad no sólo le interesa la profesión, sino también la docencia, la investigación, la extensión y la promoción social.

Podría seguir, hasta cansarlos, pero no es esa mi intención.

Todo lo que obtuvimos en este lugar caló tan hondo en nuestro ser que hizo que esta institución que vimos crecer con nosotros se transforme en parte de nuestra biografía. Y como todo lo biográfico es histórico, y viceversa, seamos conscientes de que nuestro paso por acá es parte de la historia. Será tarea nuestra o del destino decidir el grado de nuestra trascendencia, pero creo que el sólo hecho de haber tenido la posibilidad de formar parte de esto, amerita que hoy empecemos a intentarlo.

Hoy, queridos graduados, celebremos con felicidad todo lo que recibimos, pero tengamos en cuenta, ahora y siempre, que pudimos acceder a todo eso por varias razones:

Porque vivimos en un país en donde la educación universitaria es gratuita. Aquí, la única contraprestación que se nos ha exigido fue nuestra dedicación y esfuerzo, sin importar nuestra posición socioeconómica.

Porque nuestras familias y amigos nos apoyaron incondicionalmente, con dinero, comida, palabras de aliento, oídos, plegarias.

Porque hace varios años hubo gente que tuvo la visión de que era posible una Facultad de Derecho en este lugar, en el interior del país, en el centro de la provincia. Esa gente tuvo un sueño y con trabajo lo hizo realidad, y hoy tenemos en Azul una Casa de Estudios reconocida en todo el país, con alumnos que ganan concursos compitiendo contra las universidades más reconocidas, con graduados investigadores que no hacen más que engrandecer su nombre y que nos da un título que es privilegiado a la hora de buscar trabajo.

Porque hubo docentes del más alto nivel que apoyaron desinteresadamente esa intención. Se me ocurre nombrar, entre tantos otros, a los profesores (Miguel Angel) Ciuro Caldani, (Noemí) Nicolau, (Adolfo) Alvarado Velloso, (Ariel) Álvarez Gardiol y tantos otros, que apostaron por esto y lo hicieron parte de sus vidas.

Finalmente, esto es posible, porque tuvimos la dicha de nacer y vivir en libertad, y poder seguir nuestra vocación.

Por todo eso, hagamos honor de lo que hoy estamos recibiendo. El conocimiento nos hace libres, pero por esa misma circunstancia nos debe hacer más responsables.

Vivimos en un mundo en el que la globalización ha trastocado las nociones del tiempo, del espacio, y lo peor de todo, de la humanidad. Hoy el mundo vende pluralidades superfluas, cuando en realidad estamos todos unificados y masificados por la producción y el consumo de bienes. Confundimos felicidad con posibilidad de comprar. Le restamos importancia a los viejos y a los niños porque no forman parte de ese sistema. Dependemos de aparatitos que nos hacen creer que nos conectan, y en realidad nos aíslan. En la creencia de que todo es renovable no cuidamos el planeta que le vamos a dejar a la posteridad.

En medio de este barullo vivimos, y estamos recibiendo nuestro título.

¿Qué podemos hacer nosotros?

Humildemente les propongo que devolvamos a la sociedad, en cada uno de nuestros actos, un poquito de lo que aquí recibimos. Materialicemos todo lo que acá aprendimos. Intentemos erradicar de la sociedad la idea de que los abogados creamos conflictos ayudando a encontrar formas sensatas de resolverlos. Tratemos de ser buenos profesionales, en donde sea que nos toque actuar como tales. Y no nos olvidemos de que para eso debemos empezar por lo más básico, por ser buenos hijos, hermanos, padres, abuelos, nietos, novios, esposos, vecinos, compañeros de trabajo, ciudadanos. En cada uno de nosotros vive el Derecho, y a partir de ahora, tenemos más que hacer, si asumimos esa responsabilidad.

Cierro con palabras de ese escritor del que les hablé al principio, Ernesto Sábato, al que hoy me pareció oportuno y necesario, casi urgente recordar: No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: hoy y aquí[3].

Muchas gracias.

 

 

 



[1] Realizada en el Teatro Español de la ciudad de Azul el día martes 12 de julio de 2011.

[2] SÁBATO, Ernesto. “Hombres y Engranajes”, Planeta/Seix Barral, Buenos Aires, 2006, Pág. 140.

[3] SÁBATO, Ernesto. “La Resistencia”, Planeta/Seix Barral, Buenos Aires, 2000, Pág. 10.